Los evangelios están llenos de milagros de Jesús en diferentes Ámbitos. En el evangelio de Lucas 7, se narran dos de estos milagros realmente particulares.

Uno de ellos se trata del sirviente del centurión que está muy enfermo en casa a punto de morir y el centurión sabiendo de la fama de Jesús manda a buscarlo para que los sane. De hecho, cuando Jesús está llegando a su casa, el mismo centurión sale a su encuentro porque no se considera digno de que Jesús entre en su casa y tiene fe de que Jesús lo ordena, aún sin ver al enfermo, éste se sanará porque tiene fe en el poder sanador de Jesús.

El otro caso es el de una viuda a la que se muere su único hijo y Jesús, compadeciéndose de ella resucita a su hijo cuando lo llevaban a enterrar.

En este capítulo se narra una sanación a distancia y la reanimación de un muerto. Dos milagros extraordinarios que a veces pensamos que son obras del pasado. Pero, a veces nos olvidamos de que ¡Jesús está vivo! ¡Jesús resucito! y es el mismo de hace 2000 años. Con lo que si sanó hace 2000 años, también puede hacerlo hoy.

Y es que las obras milagrosas de Jesús son signos de su amor por cada uno de nosotros, signos de su presencia. A veces miramos los milagros fí­sicos porque nos parecen más espectaculares, pero nos olvidamos de los milagros, a veces más escondidos, pero más profundos, que son los milagros de sanación interior. Los milagros en los que nuestro corazón es sanado. Heridas que nos hacen ser muertos vivientes o que nos hacen vivir como si estuviéramos enfermos.

Jesús puede sanar nuestro corazón herido. Quiere sanarlo, porque quiere que tengamos una vida nueva y vida en abundancia.

La escena del centurión nos da una una gran pista. Y es la fe con la que el centurión se acerca a Jesús. Sabe de su poder, a pesar de la distancia. Pero pide con humildad, sin exigencias, sin probar ya que no pierde nada. Pide con fe.

Te invito a exponer a Jesús tu circunstancia y a pedir con fe y confianza.