Un hombre que desesperado va en busca de Jesús porque su hija está agonizando. Una mujer que llevaba años sufriendo y que va al encuentro de Jesús. Son dos escenas del Evangelio que también hoy son actuales.
Hombres y mujeres que viven el desempleo durante años, padres con hijos enfermos, cualquiera de nosotros con problemas que no se solucionan, que hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Como el caso de la mujer que llevaba años sufriendo pérdidas de sangre y que había gastado todo lo que tenía en médicos o el caso del padre que sabía que ante una muerte inminente de su hija él no podía hacer nada por ella.
Ambos van en ayuda de aquel que puede dar solución a sus problemas: Jesús.
Dios quiere que seamos responsables, que atendamos nuestros problemas, que seamos consecuentes a nuestras acciones, que tengamos iniciativa, que desarrollemos proyectos, pero, a veces tenemos problemas que nos desbordan. Es el momento de pedir ayuda sin avergonzarnos de ello.
Y como este hombre y como esta mujer, podemos acudir a la fuente de la ayuda que es Jesús. Quiere que contemos con Aquel, que nos relacionemos con Aquel, teniendo a Jesús en nuestras vidas. Sabiendo que Aquel es la estrella que dirige nuestros pasos. Mediante la oración, mediante su palabra, mediante los sacramentos.
Busca a Jesús como estas personas. El padre suplicaba con insistencia, la mujer con la fe de que sólo con tocar sus ropas quedaría curada. A veces desconectamos nuestras acciones de nuestras emociones. Este hombre pedía a Jesús con todo su ser porque el sufrimiento era terrible. Esta mujer pedía con toda la fe del mundo. Ambos sabían que Jesús podía solucionar su sufrimiento, ambos confiaban en la acción de Jesús, sin sospechas y sin dudas. Ambos no tenían miedo a parecer débiles o frágiles. Se acercaban con corazón sincero y clamaban con todo su ser.
No tengas miedo, no sientas vergüenza. Si tienes una circunstancia que no puedes solucionar: pide ayuda.
Busca a Jesús con todo tu corazón, con todo tu ser y Aquel te va a responder.