En el evangelio de Lucas nos encontramos una escena que seguramente recordaréis. Jesús es invitado a la casa de un fariseo. De hecho, la palabra dice explícitamente que el fariseo le rogaba que fuera a comer con él. Una vez allí, entra una mujer que le riega con sus lágrimas sus pies, los enjuga con sus cabellos y los unge con perfume.
Esta escena desencadena una conversación entre Jesús y el fariseo, ya que Jesús conoce el pensamiento de juicio de este fariseo, y le cuenta una parábola que os invito que leáis en los versículos 41 y 42 del capítulo 7 del evangelio de Lucas. Con esta parábola, Jesús compara la forma de comportarse que tuvo el fariseo y la mujer.
Son dos comportamientos que indica dos formas de relacionarse con Jesús. Una, en la que sólo quieres que Jesús entre superficialmente en tu casa. Entonces, sólo te relacionas superficialmente, con formalidades, pero sin dar permiso a que entre completamente en tu vida. Seguramente, el fariseo tendría sus propias heridas personales, como las tenemos todos. Pero no dio permiso a que Jesús pudiera entrar en ellas.
La otra forma de relacionarse con Jesús la representa esta mujer, que no reserva ningún secreto para Jesús. Se presenta tal y como es sabiendo que Jesús puede actuar en su vida. Tanto que ella se fue renovada, en paz.
Sólo hay una forma de que Jesús venga profundamente a nuestra casa, que es nuestra vida, nuestras emociones, nuestro corazón. Y es mostrarnos tal y como somos, sin superficialidades. Sabiendo que Jesús puede obrar milagros en nuestra vida. Jesús conoce el interior de cada corazón, pero quiere que nos mostremos tal y como somos y que demos nuestro permiso para poder actuar.
Te animo a que invites a Jesús en tu casa, sin secretos, sin superficialidades, sin dobles intenciones. Y verás milagros en tu vida.